Que un gorrilla te salve la vida
Os pongo en situación. Un día cualquiera, entre semana, a eso de media mañana. Lugar: Calle Beato Gaspar Bono, en Valencia, junto al Jardín Botánico. Una calle sin salida, de acceso a un aparcamiento (parking es un “palabro” que no me mola), que confluye con un paseo peatonal también sin salida donde de vez en cuando aparcan algunos “intrépidos”. La zona de calle abierta al tránsito rodado tiene el estacionamiento regulado por la “ORA”, la famosamente conocida como zona azul. Como os veo poco imaginativos os adjunto foto (del google maps :P)Siempre suele haber un gorrilla que, además, ejerce de “regulador” del tráfico de entrada y salida de la calle, autonombrado en virtud de su ebria autoridad. Esta vez había un “sustituto”, no sé si por baja laboral del titular de la plaza.
En la entrada a la calle hay un vehículo con dos mujeres de mediana edad (entiéndase entre 45 y 55 años, así, a ojo mío) en su interior, que dudan si entrar hacia el paseo donde hay varios vehículos (mal) aparcados. La zona azul está a tope. Cuando parece que optan por marcharse a buscar mejores oportunidades, el “sustituto” les indica que aparquen en la zona peatonal, que no hay problema. “¿Seguro?”, inquiere la conductora del vehículo. “Allí hay sitio” responde, señalando una obviedad evidente y que era fácilmente constatable.
Hete aquí que, ante las contundentes y aclaradoras explicaciones del personaje callejero, las señoras deciden adentrarse en la calle, subir al paseo peatonal, y aparcar entre dos de los vehículos que allí se encontraban estacionados. Al volver sobre sus pasos, caminando hacia su (para mí) desconocido destino, lanzan estas palabras al cruzarse con su “salvador”: “¿seguro que no me multan? Que ya llevo un par.” Ante la afirmación del gorrilla mientras recogía las monedas que la mujer le ofrecía, escucho estupefacto y atónito la siguiente sentencia por parte de la mujer: “Mira que como me multen … ”
Y automáticamente me puse a imaginar la escena, mientras me dirigía a realizar varias de mis gestiones propias de mi trabajo. Imaginaba a esa mujer llegando y viendo cómo su vehículo, mal aparcado, había sido multado por un perverso y malévolo policía local. ¡Peor! Me la imaginaba entre desconsolada y enrabietada al comprobar que, en el lugar donde ella había depositado su vehículo con tanto mimo y cariño, ahora sólo había un papel de color chillón, pegado en el suelo, con la identificación de la Policía Local, una grúa, la matrícula de su coche y unas indicaciones al respecto.
Claro! ¡Efectivamente! Lo habéis adivinado. A continuación la escena varía a esa mujer pidiendo explicaciones al gorrilla, y sobre todo acusándole de ser el culpable de su desdicha. Vayamos más allá: imaginemos a esa mujer arrastrando al gorrilla a la Comisaría de Policía para que declare que la culpa de esa situación era suya, y asuma su responsabilidad.
Podría extenderme enormemente en este despliegue imaginativo que es mi cabeza en momentos puntuales. (¡No! No hay escenas eróticas, ¡pervertidos! Siempre pensando en lo mismo…) Sin embargo no es ése el fin de esta reflexión. Lo que me dejó pensativo, es la facilidad con la que, ante una situación de indecisión, somos capaces de descargar nuestra responsabilidad sobre terceros, creyéndonos liberados de las consecuencias de nuestras. Es como cuando éramos niños, y ante una falta respondíamos “es que fulanito me ha dicho que lo hiciera”. Sí, yo también pensé qué habrían hecho estas mujeres si el gorrilla les hubiera dicho de tirarse por un puente…
Somos capaces de auto justificarnos, de auto convencernos y de auto indultarnos simplemente por las palabras de otro. Desde mi punto de vista todo esto indica inseguridad, falta de criterio y falta de valor para asumir las consecuencias de nuestros propios actos. Y por desgracia, esto está a la orden del día. El problema es que solo lo vemos en los demás, especialmente en los personajes públicos, y con más énfasis en los del mundo de la política. El verdadero fondo de esta situación es nuestro TEMOR, MIEDO a tomar decisiones. No porque esto sea una tarea difícil y compleja, no; de hecho tomar decisiones es sencillo. La razón es que no somos capaces de asumir las consecuencias negativas de equivocarnos (consciente o inconscientemente). Siempre buscamos alguien en quien apoyarnos y, consecuentemente, en quien poder descargar las posibles “culpas” de una decisión errónea. “Es que tú me dijiste…” es una de las frases más usadas en nuestra sociedad.
no debemos tener miedo a equivocarnos; hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas.
(Charles Chaplin)