Antípoda
Un año. Por decir algo. Por clasificarlo en una unidad de tiempo que todos más o menos entendemos.
Hace un año vivía en un mundo. En mi mundo. En el mundo que había preparado para ella. Un mundo de realidad. Un mundo de terreno bien firme.
Teníamos un nuevo hogar levantado con ladrillos de ilusión, unidos con cemento de esperanza. Esos ladrillos levantaban paredes de seguridad y de tranquilidad y en ellas, ventanales para otear el futuro más allá de la línea del horizonte.
En su interior muebles, proyectos, dos amantes, cuatro piececitos para hollar continuamente el suelo y cuatro manitas para no permitir que los cristales del balcón quedasen limpios más de dos días seguidos.
Yo le había decorado el hogar con la luna. Se la bajaba una noche por ciclo, los días de luna nueva, para que no se enterase nadie. De vez en cuando alguna estrella que no fuese muy conocida para que no se notase su ausencia. Y a veces le sacaba a pasear por las noches en un pegaso que había conseguido traerme conmigo de uno de mis sueños. Si me hubiese pedido que le trajese el agua de la sabiduría infinita le habría hecho llegar un manantial completo.
Así era mi mundo. Así fue (pretérito perfecto simple) ella para mí.
Fue cuestión de minutos. El suelo firme se transformó en una pompa de jabón y «plop», reventó. Tenía que buscar otro lugar donde erguirme de nuevo, donde poder hacer pie. Pero estaba flotando en el vacío, no podía respirar, el llanto era incontenible y me ahogaba, la impotencia me paralizaba y cada vez que intentaba estabilizar mi vuelo tomando como referencia un punto en mitad de la oscuridad, la cadena que llevaba atada a mi tobillo me daba una sacudida que me hacía girar y girar nuevamente en el espacio buscando aquél punto. Había tres posibilidades. Podía seguir la cadena cual hilo de Ariadna para cortar la mano de quien jugaba conmigo en mitad de la nada. Podía seguir dando tumbos por el espacio mientras jugaban conmigo con el cordelito o podía cortar esa cuerda, liberarme de ella y seguir adelante.
En ello me debatía cuando, sin esperarlo también, clack, clack, me ataron dos nuevas ligaduras, esta vez en mis muñecas. Eran finas, con aspecto frágil, flexibles. Hechas como de seda de araña. Eran dos hilos brillantes, que provenían de aquel punto, que comenzaron a tirar de mí, que anularon la fuerza de la cadena de mi tobillo y que me fueron llevando poco a poco hasta aquel punto. A partir de ahí todo fue más llevadero.
Me acerqué a la atmósfera de lo que iba a ser la nueva vida que iba a pisar. Aterricé. Todo eran colores alrededor. Me deshice de la cadena del tobillo. La até a una especie de contenedor aséptico que encontré nada más llegar. Tenía una leyenda «deje aquí su odio» y un icono como de esos de producto peligroso de laboratorio que encontramos en los hospitales. Eso hice.
Reconocía caras que estuvieron comnigo tiempo atrás y que me daban la bienvenida. Había caras que iba a conocer tiempo adelante. Había sombras de caras allí a lo lejos. Me quise desasir de mis ligaduras en las muñecas pero no pude. No molestaban, no dolían, no limitaban mis movimientos pero seguían tirando suavemente de mí hacia un nuevo hogar en aquél nuevo planeta.
Llegué a la puerta del magnífico jardín. Un jardín de tipo francés, como no podía ser de otra manera. De los árboles colgaban ropa de muñecas y dibujos de caballos cogidos con pinzas. Las flores estaban repintadas con témperas y las témperas desparramadas por el suelo, dando colores azules, rojos o rosas al césped, antaño verde, que pisaba. Estaba plagado de inventos raros y de recortes de papeles de colores y de tornillos y robots a medio construir y decorado con bolas de plastilina por el suelo, de calcetines llenos de arena y sucios en las punteras, de canicas a modo de trampa inocente y de playmobils colocados acá y allá caóticamente ordenados.
Entré por el umbral de la casa y allí estábais vosotros…
Allí estábais Sofía y Óscar, tirando de mí todo ese tiempo con vuestros tiernos y fuertes bracitos, con, como os dice papá, vuestros olor todavía a nuevo (como cuando estrenas coche), con vuestras risas y vuestros «tequieropapi». Con vuestros besos que ya no son besos de rojo carmín con trazas de arsénico. Con besos que ahora marcan la cara con batido de chocolate o jugo de cereza mal limpiado. Llevándome con vosotros a ese nuevo planeta donde cada día vienen a visitarme mis amigos de siempre. Donde cada día se presentan amigos nuevos. Donde sé que ningún día me va a faltar amor de mi papá, de mi mamá, de mis hermanas, de vosotros.
Donde cada noche voy a arroparos, a daros un beso y a bajaros la persiana para que la luz de la luna que me habeis bajado al jardín no interrumpa vuestros sueños de caballeros y princesas. Donde ahora esa luna está con nosotros 28 días de los 29 de su ciclo. Donde la vida de ensueño que me habeis brindado es ahora mi palpable realidad, donde aquél mundo real quedó en otra realidad, en las antípodas del espacio infinito.
Esteban 2.0.
One Reply to “Antípoda”
Sin palabras me quedó … sólo una: ¡¡¡¡ BRAVO !!!!