una tarde de agosto
El sol iluminaba crepuscularmente la tarde, mientras despacio y suave iniciaba su último descenso hacia las sombras. La calidez del cielo coloreado contrastaba con la tersura de tu piel ligeramente bronceada, mojada al salir lentamente de la piscina. Incluso los delicados círculos del agua creaban remansos evocando riachuelos escondidos, lagos tranquilos en algún paraje lejano y apartado, rodeado de frescura y silencio. Todo hacía presagiar que la tarde empezaba cálidamente, y que con toda probabilidad la temperatura iría en ascenso.
El contraluz de tu silueta me hizo pensar en Venus; la mítica Diosa tantas veces esculpida, pintada e imaginada, y siempre idealizada, caminaba lentamente, iluminando el jardín con su sonrisa y la increíble presencia de sus ojos. El mortecino sol creaba un aura de color a tu alrededor, realzando curvas y contornos, creando un relieve inquietante, sensual, atrayente…
No recuerdo cómo fue que terminaste tu sendero sentada a mi lado, separados nuestros cuerpos del césped por una ligera toalla, y el uno del otro apenas por una mísera pulgada. Tu brazo con el mío se rozaron un instante, y ya fue más que excitante el primero de mis escalofríos, al sentir tu piel al tacto, húmeda y suave.
Con la sensualidad propia de una Mata Hari iconizada, procedes a encender un cigarrillo, llevándolo suavemente a tus labios, sin prisa, jugando tu mirada con la mía, depositándolo despacio en tu boca, rodeando la boquilla de forma glamurosa, seductora, incitante, desafiando con tu gesto cualquier intento de resistir. El leve chasquido del encendedor y el dulce crepitar de la hierba y el papel al comenzar a arder, hipnotizan mis sentidos, desvaneciendo cualquier posibilidad de escapar de tu sola contemplación. Sólo el humo que forma una bruma neblinosa de segundos, consigue sacarme de la abstracción, para ver tu sonrisa entre burlona e incitante dirigiendo todos mis sentidos.
Me propongo refrescar la tarde y mi cuerpo sobrecogido con un baño fresco, pero mi ser no responde. Mi cerebro manda órdenes que mis extremos no cumplen obsesionados en deleitarse con el contorneo de tus ojos, tus manos, tu cuerpo. Y comienza un ritual que me embarca en un viaje irreal, virtual, hacia placeres desconocidos, mientras el mundo sigue anclado en su sitio.
Desorientado por la situación, me despierta tu bikini al caer sobre mis piernas y absorto contemplo el agua recorrer el camino hasta la hierba, goteando sensualmente del mismo modo que lo hace desde tus pechos ahora desnudos, que me desafían altaneros, voluptuosos, ensalzados por la luz baja del atardecer.
Tumbada, sonriente y excitada, modelada por el contraste ardoroso del momento, sensual en tus movimientos, comienzo a sentir la suavidad de tus caricias en mi pierna, discretamente realizadas con tus húmedos pies, subiendo y bajando en un calculado ritmo que pone a prueba mis sentidos más reticentes, iniciando un etéreo deambular por las prisiones de Eros.
Las nubes que iniciaban su lento recorrido por el cielo ya gris anaranjado, parecían bajar hasta la altura de mis ojos, difuminando en oleadas de erótica calima la percepción que del mundo para mí obtenían. Perdido en tan exuberante paisaje, percibo tu aliento muy cerca de mis labios, un aliento incandescente, encendido, abrasador… Mis labios ahora secos, mi garganta y mi boca ásperas, buscan con ansia beber de los jugos que calmen su sed. Mas no encuentran en su camino la fuente de vida que tú te ocupas de ocultarme con enervante calma.
A cambio recibo sumisos besos que rodean pacientemente mi cuello, erizando el vello de mi nuca más que húmeda. Besos tranquilos y mansos, que depositados en mi piel con rítmica parsimonia, crean nuevos paisajes, nuevos mundos, nuevos universos.
Siento como tu boca bebe de mis poros el calor del mes de agosto, percibo en todas partes de mi cuerpo la temperatura del verano, a pesar del día casi apagado, padezco en mi interior el bochorno propio de un día de poniente. El ansia de beber se acentúa y crece sin medida.
Cada centímetro de mi piel contempla con expectación cómo se acerca el momento de sentir sobre ella de tus labios la pasión, de tu boca el ardor; espera resignada a que llegue ese segundo escaso de emoción, excitación descontrolada que tensa los músculos de mi cuerpo y provoca torrentes de flujo sanguíneo allá donde más frenesí puede sentir un hombre.
En arrebato repentino sacias al fin mi sed, mi boca se hunde en tu boca, mis labios cuarteados sellan tus labios licuados, y el agua de tu ser refresca mi interior estimulando mis percepciones y devolviéndoles la vida que parecía faltarles. Tus senos ahora presionando mi cuerpo, se muestran duros y contundentes, recorriendo en apasionante vaivén mi pecho también enhiesto.
Separándote por un breve instante, te colocas a horcajadas sobre mí, volviendo a unir nuestros labios, unos con los otros, otros con el uno, ejerciendo una opresión en mí que es respondida con empuje y valentía. Un gemido rompe el silencio atronador de la tarde vacía de vida y llena de esplendor. Un gemido al que siguen otros de deleite contenido.
Cinco dedos, seis, siete, diez, juegan sutilmente con la humedad de tu espalda, provocando contorneos, espasmos y sacudidas de ligero alcance, que hacen más interesante el atardecer, sumergiendo nuestras vidas en un lapso de tiempo detenido.
Y llegan mis manos al final de tu espalda, tanteando ansiosas la manera de despojarte de la escasa tela que todavía te cubre, deshaciendo nudos de ignominiosa existencia y lanzando lejos de nuestro ardor cualquier reminiscencia de vestidura sobre tu piel. Tamaño desafío y osadía es correspondido de manera vertiginosa y eficiente por tus extremidades inferiores, que apresuradamente consiguen dejar mi cuerpo sin nada que interrumpa el contacto directo entre piel y piel, entre sexo y sexo.
Es entonces cuando sentimos mutuamente la saturación de nuestros cuerpos, y buscamos conjugar sensualmente la fantasía del momento, ocupando el espacio reservado a los placeres de la naturaleza, pausada, quedamente, en parsimoniosa complicidad. Los gemidos han sido sustituidos por flemáticos sonidos de contenido sexual.
Mis manos antes tranquilas, recorren incesantes cada una de tus zonas erógenas, cada punto de pasión y deleite, manteniendo la voluptuosidad de tus pechos, la lujuria de mi cuerpo.
Tus labios deciden al fin cerrarse atrapando mi fogosidad en su interior, y llevarnos juntos en acompasado y rítmico baile a un mar de sensaciones, un océano de exaltación y ardor. El tempo de nuestros gritos se acelera y multiplica, en cantidad y en volumen, y desbordamos adrenalina convertida en ímpetu de efusión.
En una última sacudida de espasmódico fervor, en un grito vibrante y conmovedor, tu cuerpo arqueado se estira a tocar el cielo de la noche, sintiendo en tu interior el efluvio desbordado de mi calor.
La noche ya ha caído, la luz oscureció, la vida toma forma en tu silueta delicada estremecida en su furor. El silencio devenido tras nuestro incesante clamor, indican que la vida no existe si no hay vida a tu lado, mi amor.
Vida eres vida, y sin ti vida no soy, vida que das vida, por ti vivo estoy.
6 Replies to “una tarde de agosto”
Bello relato Juan ¡felicidades! Tocando con delicadeza y acariciando con dulzura. Besos
Gracias sonia, y un inmenso honor viniendo de ti.
¡¡Mil besos!!
Si leerlo fue un placer, escucharlo ha sido una gozada, dos veces lo he puesto…para no perder detalle, cuanta dulzura,cuantas ganas, cuanta pasión y deseo envuelta en palabras tan delicadas, que buen gusto tienes Juan y que bien lo has contado. Tanto para vivirlo, como para recordarlo o soñarlo…un placer.
Bufff. Me dejas sin palabras M Carmen
Me alegro que sea así. Esa era la intención.
Mil gracias 🙂
Joder, Juan… Estàs fen-te un Grey a la carrera. Casi… bueno, ja t’ho dic.
jajaaja
no he llegit al amic Grey, ni ganes. podria començar un debat llarg sobre el tema, pero millor pase.
no més te diré, en rigurosa exclusiva, que este text té exactament 8 anys; i que en breu contaré la historia de per qué l’he publicat ara 😛
Un abraç amic i gràcies!!