Título al final

Título al final

frasscosAllí están. Dentro de él; de tí, de mí. De cada uno de nosotros. Cientos de recipientes. De todo tipo de materiales y tamaños. Unos guardados en botes reciclados de espárragos en conserva; otros en tuppers redondos de comida de chino; en pequeñas cajas fuertes con llave perdida en el mar; en vasijas de plomo antivisión de superhéroe; en tinajas de barro fresco; en grandes toneles de roble; en pequeños huevos de pascua del Zar.

Algunos de ellos han sido abiertos y compartidos en la mesa con algún ser querido; otros han sido forzados; otros están todavía en la mesa consumiéndose; otros han dejado un cerco en la estantería, evidencia de que hubo uno y ha sido robado; algunos no se sabe ni que se tienen.

A veces te sientas en el reservado de catas con alguien, abre cada uno el suyo y los comparten: con amigos, con familiares, con compañeros de trabajo, con futuros traidores. Es parte del juego de la cata de ellos. Es lo emocionante de sentarse. Es la emoción de acariciar el propio recipiente y mirar a quien tienes delante. Sus manos en su bote. Su boca, sus ojos o sus gafas de sol cubriéndolos. Su cara o su careta de carnaval de Venecia.

A veces sucede que algunos ya tienen alguna fuga. Otros, incluso, llegan a la mesa abiertos del todo; tanto los propios como los del compañero de juego, pero aún así merece la pena jugar. Gritan a voces lo que guardan.

Se pacta si se abre primero uno y luego el otro. Esta modalidad suele ser propuesta por quienes van con gabardina, peluca, gafas de sol y barba postiza. Tras abrir el mío, este tipo de acompañante de mesa suelta el «no voy» y se va con el suyo bien cerrado y el nuestro dejando una pompa de jabón vacía en la mesa. Mi tablero está barnizado de pompas de jabón reventadas. Si al principio dolía ver el pino ensuciado por ellas, cada vez me va gustando más el lustre que va cogiendo la madera a medida que se van tapando sus poros. Aún así, lo normal es jugar al una dos y tres y abrirlos a la vez: «pop», «clic», «ñieeec».

Con la violación consentida del contenido comienza un juego que puede durar un instante o años. El contenido pasa de un frasco a otro. Se mezclan, se abrazan, entran del uno al otro, del otro al uno. Se da un momento mágico cuando se mezclan los colores, los aromas, los sabores. Es común que no salga todo el contenido del recipiente, tanto del nuestro como de quien ocupa la silla contraria. Es el efecto bote de nocilla. Siempre queda un poco donde rascar. En ambos.

Tras el juego lo vuelvo a cerrar ceremonialmente. Me levanto, lo dejo en la estantería correspondiente de la estancia correspondiente. Salgo. El cartel compar-tidos pasa a conformar una sola palabra cuando cierro la puerta de doble hoja. Doy cuatro vueltas de llave. Salgo al distribuidor. Contemplo las puertas allá donde llega la luz: «Nuevos», «En desarrollo», «Antiguos», «Tóxicos», «Míseros», «Inconfesables»…

Salgo de la estancia de estancias. La puerta se cierra pesada tras de mí. Solo entrará allí quien yo quiera que entre. Miro hacia arriba. Le paso el puño de mi suéter a la «S». Ahora sí. Todo en orden. Me voy a otras cosas.

Doy la espalda a la puerta.Detrás de mí unas letras doradas de las que me alejo. Advierten, informan:

«Secretos»

Esteban Morales

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