Sentimientos

Sentimientos


No es agradable ver morir a nadie. Dicen. Ver cómo se marcha un ser querido, cómo se va apagando, es una situación por la que nadie quiere pasar. Y sin embargo, en esas circunstancias, yo tuve la “suerte” unos días atrás de poder vivir una de las escenas más sentidas y emotivas de mi vida.

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Hace unos cuantos años, 23 para ser exactos, vivimos en la familia un inicio de año realmente terrible. En plenas fiestas de Reyes, y con apenas unos días de diferencia, se marcharon mi tío Vicente (hermano de mi madre) y mi abuela materna. En lugar de celebrar la tradicional festividad de los Reyes Magos con todos los pequeños, nos encontramos dos veces en el cementerio. No terminó ahí. Apenas dos meses y medio después, la noche del Viernes Santo, fallecía mi padre. 

Mi primo, hijo del otro hermano de mi madre, vivía entonces a 350 km de distancia, y las comunicaciones no eran las existentes hoy día. Le tocó venir 3 veces a despedir familiares. El y yo siempre hemos tenido un fuerte vínculo.

Recuerdo, en el funeral de mi padre, cuando vino a darme el pésame, que me dio un fuerte abrazo, y entre lágrimas (las suyas, las mías no conseguían salir) me dijo: “con qué entereza estás llevando todo esto”. Y se grabaron a fuego sus palabras.

No sé si era entereza, schock, alucinación o qué. Es cierto que no hay mayor prueba para aprender a aceptar que esta. Se ha marchado esa persona y no hay vuelta atrás. Y supongo que yo me encontraba en una mezcla de todos estos estados. 

El día que mi tío murió, mientras acompañaba a mis primos en las últimas horas, escuchando y observando a mi primo, le pregunté:

– ¿Te acuerdas lo que me dijiste en el funeral de mi padre?

– No… ¿qué fue?

Se lo recordé conforme he relatado.

– Y ahora mírate tú… – le dije

Lo siguiente fue un abrazo. Un fuerte y sentido abrazo. Ese abrazo que no hay tempestad que pueda derribar. 

Durante los minutos siguientes me quedé viendo cómo mi prima y mi primo miraban a su padre. Como se iban despidiendo con esas miradas de amor, reflejadas en la ternura infinita que se mostraba en los pequeños cuidados que le daban, mojando sus labios, cambiándole de posición, acariciando su mano y su ya escaso pelo; con ese beso que te llega a lo más profundo del alma cuando lo contemplas. Ese día, en estas escenas, tuve la suerte (sí, suerte), de contemplar la (probablemente) mayor expresión amorosa de mi vida. 

Gracias Migue. Gracias Rosa Mari. Gracias …

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