Objetos mágicos

Objetos mágicos


Recuerdo de niño descubrir cosas maravillosas, con la inocencia que la infancia nos proporciona y la madurez (o la edad mejor dicho) trata de arrancarnos. Y guardo con especial cariño el descubrimiento de unos objetos mágicos muy especiales.

La primera vez que lo vi, me pareció algo feo y horrible, con ese color chillón y esa forma descomunal, más grande que yo. Me miraba (sí, miraban) con cara de pasmosa impasividad ante mi ilusión desbordada, con una indiferencia tal que incluso habría podido asustar, de no ser porque yo iba mucho más cargado de alegría que él de su perversa indolencia.

Eso sí, mi estupor aumentó un par de grados al abrir su boca. Ni siquiera entonces fue capaz de esbozar una leve sonrisa, ni siquiera entonces se le atisbó ni un gramo de simpatía, alegría o simplemente cordialidad.

Sin embargo, el tiempo me enseñaría que, a pesar de las apariencias, ese objeto tenía una magia especial. Él, y sólo él, era capaz de hacer realidad un sinfín de sueños, de mucha gente, sin ayuda, sin manos y sin moverse de su sitio (al menos yo no era consciente). Pese a su serio semblante y gesto altivo, debía guardar en su interior una especia de chistera gigante y una varita mágica que hacían cumplirse los sueños de muchos niños.

Posteriormente descubrí que no sólo cumplía esa labor: era también capaz de realizar los sueños de algunos mayores. Estaba preparado para lograr que tanto alegrías como tristezas llegaran a todas partes; que los sentimientos viajaran en el espacio y el tiempo, tocando el corazón de a quien iban destinados.

Mucho tiempo estuve intrigado por esa magia guardada en el interior de aquel extraño objeto, que me enseñó que las apariencias engañan, y mucho. Nunca me habría fiado de él si no hubiera ido bien aconsejado y acompañado. Nunca me hubiera imaginado que el hecho de depositar mis deseos en su interior tuviera como conclusión la realización de los mismos, o parte de ellos al menos. Y por eso, cada vez que pasaba a su lado, lo miraba de reojo con una expresión entre intranquila y placentera. No alcanzaba a imaginar por qué, algo tan mágico, tenía aquel gesto tan huraño.

Aún hoy me sigue atrayendo de vez en cuando. A veces, le confío algún secreto. Otras es simple cumplimiento de las necesidades actuales. Pero sigue desempeñando fielmente su cometido y, a pesar del paso del tiempo, su aspecto ha cambiado poco.

Sí. Soy de esos que les gusta escribir. Y muy de tanto en tanto, por desgracia cada vez menos, aún cumplo el ritual de acercarme al buzón a echar una de mis cartas manuscritas.

Hoy era uno de esos días …

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Hay cartas cuyos dueños se han enamorado como los que leen estas líneas. Y han dejado de leer para escribir sus propias cartas. Porque hay alguien que espera recibir una. Ella eres tú, él soy yo.

El Poema de las Cartas” – Carlos de la Rosa Vidal

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